Capítulo 1 - Carmen

Capítulo 1

Carmen

“Serranía de Ronda, durante la guerra de la Independencia”
 Carmen de Urquijo estaba francamente frustrada, mientras iba camino de Ronda en su lujoso carruaje. No entendía por qué tenía que ir escoltada a todas partes y menos por todos aquellos odiosos militares franceses. Mientras observaba, pero incapaz de ver, el paisaje verde y a la vez rocoso de la serranía de Ronda que tanto adoraba, lo único en lo que pensaba era en salir corriendo de aquel maldito carruaje, para poder sentirse libre.


Aspiró, por un momento, el olor de la sierra que penetraba por la ventanilla, cerró los ojos e intentó no pensar. Al momento, estaba relajada y pensando en Draco, su magnífico caballo andaluz. El pura sangre que le había regalado su padre cuando cumplió diez años. Lo que más amaba en el mundo eran sus cabalgatas al atardecer a lomos de Draco. Carmen era una excelente amazona y conocía muy bien la sierra en la que se había criado y, aunque trataba de no apartarse de los caminos, su instinto aventurero la llevaba a rastrear la zona y adentrarse en la naturaleza de la sierra; en sus majestuosos bosques, grandes precipicios y verdes pinares. Así, había llegado a conocer gran parte de la serranía y sus intrincados recovecos.
 Desde pequeña, siempre había salido a cabalgar para huir de la realidad que la asfixiaba. Su madre había sido una mujer enferma a la que prácticamente no le habían dejado acercarse, salvo para lavarla y aplicarle curas, y cuando al fin murió, su padre pareció morir con ella. Tuvo que hacerse cargo, desde muy joven, de su hermana pequeña, Ana, y del gobierno de la casa.
Su padre siempre había sido un hombre muy bueno y honrado, pero de carácter débil. Y después de la muerte de Doña Francisca, su madre, esa característica se había acentuado aún más. Don Manuel, su padre, nunca había podido con Carmen, debido a su carácter indómito. Aunque ella amaba demasiado a su padre y trataba siempre de complacerlo, ya que consideraba que la vida lo había tratado muy mal y que ya había sufrido demasiado.
El problema era que Carmen era un espíritu libre e incluso solitario, que necesitaba que la dejasen tranquila y sola de vez en cuando. Necesitaba espacio y no sentirse enjaulada. Ni siquiera era capaz de prestar atención a la incesante cháchara de su alegre hermana. Por Dios, ya era bastante tener que aguantarla siempre que quería ir a algún sitio, pero esa escolta francesa ya era el colmo.
Entendía que su padre estuviese preocupado y que quisiera que alguien la acompañase, debido a los tiempos que estaban atravesando en todo el país y, sobre todo, en Andalucía. Las cuadrillas de bandoleros estaban causando verdaderos estragos entre la población más adinerada y, en cualquier momento, ella podría pasar a ser una víctima más. Lo cierto es que le daba un poco de miedo que una banda de malhechores la asaltase. Pero lo malo era que ella era capaz de comprender aquel fenómeno del bandolerismo que se había desarrollado en España. El pueblo sufría y la gente tenía que recurrir a medidas desesperadas para sobrevivir y para imponer un cambio a como diese lugar.
Carmen odiaba a los franceses. No entendía cómo habían dejado que invadiesen España de aquella manera. España podría estar perfectamente sin ellos. Pero por desgracia, ella no era nadie. Era mujer y no tenía ni voz ni voto. Y no lograba comprender a su padre. O bueno,…  más bien sí. Su padre ya había perdido un ser amado y eso le había destrozado. Ahora, tenía miedo. Miedo de perder a alguna de sus hijas. Se había vuelto demasiado protector. Pero en su afán por cuidar de sus queridas hijas, Don Manuel coartaba la libertad de Carmen. Y para Carmen, eso era una muerte lenta y asfixiante.

Con la invasión francesa, Don Manuel se había convertido en un colaboracionista de la corte de Napoleón. Su padre tenía una posición económica bastante desenvuelta y poseía demasiadas tierras para el gusto de Carmen. Aquello lo había convertido en el blanco perfecto para los franceses. Y, cuando Don Manuel se vio acorralado por ellos, se hizo colaboracionista de la corte josefina como otros tantos que les temían. Sí. Miedo a que les despojasen de sus bienes y de sus tierras. Miedo de que les hiciesen daño a sus familias. Se habían convertido, a los ojos de todo el mundo, en afrancesados. Su propia gente los despreciaba y Carmen se odiaba por ello. Ella entendía el miedo de su padre, pero entendía más al pueblo español que clamaba por su libertad.
Y, ahora, tenía que ir escoltada a todas partes por esos franceses. Esos franceses que le proporcionaban seguridad, según su padre. La seguridad que Don Manuel creía que sus hijas necesitaban.
—Carmen, ¿me estás escuchando? —dijo su hermana, interrumpiendo sus cavilaciones.
Carmen desvió costosamente la mirada del paisaje para prestar atención a su hermana pequeña. Lo cierto es que era adorable y ella la amaba mucho. Siempre había sido la alegría de la casa ya que no había sufrido el calvario de la enfermedad de su madre como ella. Carmen había hecho todo lo posible para que Ana no lo viviese como lo había vivido ella y se había convertido, prácticamente, en su madre en lugar de su hermana. Así, Ana no había vivido tan trágicamente la pérdida de su madre. Ana, a pesar de sus dieciséis primaveras, era ya una toda una mujercita hecha y derecha. Era muy correcta, buena y noble… y era preciosa; de brillante pelo negro y facciones muy bonitas y redondeadas por la edad, que le daban un aspecto más infantil del que en realidad tenía. Lo cierto es que Carmen estaba muy orgullosa de ella. El único defecto que Carmen le encontraba, si es que podía encontrar alguno, era su cotorreo continuo. Aquel parloteo incesante, a veces, le ponía los nervios de punta. Pero había aprendido a desconectar de ella… como en aquel preciso instante.
—Dime, cariño —dijo ya centrando toda su atención en ella.
—Te decía que el Capitán no para de mirar hacia aquí —dijo con una sonrisa picarona—, ¿no te has dado cuenta?... ¡Es tan guapo! —dijo suspirando de manera exagerada, para llamar más la atención de su hermana.


Carmen no pudo reprimir una sonrisa al ver la puesta en escena de su pequeña hermana.
—No. No me había fijado —dijo, desviando la mirada hacia el joven Capitán que, en efecto, no quitaba ojo del carruaje y más concretamente de Carmen.
—Yo creo que está enamorado de ti —dijo con entusiasmo Ana.
—¡Qué tonterías dices! —dijo restándole importancia.
Lo cierto es que Carmen ya se había dado cuenta de que el capitán se prestaba en exceso a acompañarlas a todas partes y su padre se aprovechaba de aquella circunstancia.
El Capitán Jean-Pierre Tourbèz era un joven bien parecido con su pelo rubio y aquellos desbordantes ojos azules. Siempre había sido correcto con su familia. Muy formal y educado, aunque un poco prepotente. Carmen imaginaba que las circunstancias así lo requerían. Y ya se había dado cuenta del interés, un poco desmedido, que había puesto en ella. Carmen había intentado no alentar aquel acercamiento, pero él no desistía y aquello comenzaba a saturarla.
Al ver que Carmen le miraba, Jean-Pierre retrasó el trote de su caballo para ponerse a la altura de las damas.
—¿Todo bien, señoritas? —preguntó con correcta cortesía.
—Sí, capitán —dijo Carmen con excesiva frialdad—. Sin novedades. ¿Y usted?
—Sin problemas, como siempre. Conmigo a su lado no tienen nada que temer. Esos cobardes proscritos no se atreverán nunca a asaltarlas mientras vayan a mi lado —dijo con sobrada suficiencia.


Casi como si de una premonición se tratase, en ese momento se oyeron varios disparos y el carruaje se detuvo abruptamente, debido al encabritamiento de los caballos al escuchar el sonido de los disparos y la algarabía general. Carmen agarró fuertemente a su hermana para que no cayera del asiento y el corazón comenzó a latirle con violencia. Oyó preguntar a voces al capitán que qué era lo que estaba sucediendo, pero cuando pudo, al fin, mirar hacia la ventana del carruaje para comprobar qué sucedía, vio por sí misma un grupo de asaltantes que aparecían de la nada y que rodeaban de manera total al carruaje, mientras apuntaban con sus armas al séquito francés y dominaban completamente la situación, sin ningún tipo de impedimento ni dificultad


¿Qué os parece? ¿Queréis más? La semana que viene os pongo otro, mientras la novela sale en junio.


Besos, MEG 

1 comentario: